miércoles, 2 de septiembre de 2020

02/09/2020 - Los Justos

Por Hernan Casciari

Los miércoles a las nueve de la noche, hora de Nueva York, la cadena norteamericana ABC emite una serie de televisión que me gusta. A esa misma hora un mexicano llamado Elías, dueño de un vivero en Veracruz, la está grabando directamente a su disco rígido, y tan pronto como acabe subirá el archivo a Internet, sin cobrar un centavo por la molestia. Tiene esta costumbre, dice, porque le gusta la serie y sabe que hay personas en otras partes del mundo que están esperando por verla. Lo hace con dedicación, del mismo modo que trasplanta las gardenias de su jardín para que se reproduzca la belleza.
A las once de la noche de ese mismo miércoles, Erica, una violinista canadiense de veinticuatro años que ama la música clásica, baja a su disco rígido la copia de Elías y desgraba uno a uno los diálogos para que los fanáticos sordomudos de la serie puedan disfrutarla; distribuye esos subtítulos en un foro tan rápido como puede. No cobra por ello ni le interesa el argumento: lo hace porque su hermano Paul nació sordo y es fanático de la serie, o quizás porque sabe que hay otra mucha gente sorda, además de su hermano, que no puede oír música y debe contentarse con ver la televisión.

jueves, 11 de abril de 2019

11/04/2019 - Cuando se robaron al sol

Por Javier Cotillo

Era un pintor que compartía aficiones con la literatura. Enamorado de los paisajes andinos, apuraba en su lienzo los detalles de un ocaso singular. El rojo intenso del firmamento contrastaba con su diminuta figura que enfundaba a un cuerpo escuálido metido en su saco y su raído mandil, sobremanchado de mil colores. Su crecida barba prolongaba a su gusto el exagerado mentón, dando argumento a sus ávidos ojos, que devoraban con enorme deleite ese instante del firmamento.

Como es de suponer, el “poeta-pintor” privilegiaba al rojo que se deslizaba, goloso, sobre la tela. Rojo por aquí y más allá. El rojo tragaba al pincel, bañando a la tela y mordiendo al taburete. Rojo; más rojo, antes que se esconda este paisaje devorado por la noche. –Por favor, rumiaba con desesperación sólo para sí–, más rojo, ¡es preciso más rojo! Su pincel se meneaba al ritmo de su éxtasis, imparable, indomable. Pero el rojo se acabó antes de tiempo; entonces el artista, endiosado por el paisaje y engatusado de pasión, con extraño arrebato, tomó presto su navaja y de un tajo voló su índice derecho y, con el muñón sangrante, siguió pintando su original visión.

Cuando el crepúsculo tragó al Sol, en un taburete cualquiera quedó grabado, para siempre, el exquisito misterio de un anochecer andino. Al pie, yacía sin vida el escuálido cuerpo de un pintor que compartió su locura con la literatura. Entonces, inesperadamente, el astro rey, conmovido por tamaña idolatría, volvió a salir para rendir homenaje a su pintor. Fue la única vez que el día amaneció dos veces; por el Este y por el Oeste. Desde aquella ocasión, el Sol ya no es el mismo; ha perdido su brillo.

Han pasado los años. En algún rincón olvidado, sobre una tela empolvada por el tiempo, todavía supervive el misterio de aquel ocaso andino, cuyo Sol se... resiste a desaparecer.

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¿Por qué será que en los trópicos, la gente bendice el recuerdo de este pintor y, en los árticos, lo maldice?

jueves, 29 de octubre de 2015

29/10/2015 - El regalo de los insultos

Por Paulo Coelho

Cerca de Tokio viví­a un gran samurai, ya anciano, que ahora se dedicaba a enseñar el budismo zen a los jóvenes. A pesar de su edad, corrí­a la leyenda de que aún era capaz de derrotar a cualquier adversario.
Cierta tarde, un guerrero, conocido por su total falta de escrúpulos, apareció por allí­. Era famoso por utilizar la técnica de la provocación: esperaba que su adversario hiciera el primer movimiento y, dotado de una inteligencia privilegiada para captar los errores cometidos, contraatacaba con velocidad fulminante.
El joven e impaciente guerrero jamás habí­a perdido una lucha. Conociendo la reputación del samurai, estaba allí­ para derrotarlo y aumentar así­ su fama.
Todos los estudiantes se manifestaron en contra de la idea, pero el viejo aceptó el desafí­o.

martes, 26 de agosto de 2014

26/08/2014 - Homenaje a Cortázar

Por Julio Cortázar

Instrucciones para llorar

Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera correcta de llorar, entendiendo por esto un llanto que no ingrese en el escándalo, ni que insulte a la sonrisa con su paralela y torpe semejanza. El llanto medio u ordinario consiste en una contracción general del rostro y un sonido espasmódico acompañado de lágrimas y mocos, estos últimos al final, pues el llanto se acaba en el momento en que uno se suena enérgicamente.

Para llorar, dirija la imaginación hacia usted mismo, y si esto le resulta imposible por haber contraído el hábito de creer en el mundo exterior, piense en un pato cubierto de hormigas o en esos golfos del estrecho de Magallanes en los que no entra nadie, nunca.

martes, 4 de febrero de 2014

04/02/2014 - Instrucciones para elegir en un picado

Por Alejandro Dolina

Cuando un grupo de amigos no enrolados en  ningún equipo, se reúnen para jugar, tiene lugar una emocionante ceremonia destinada a establecer quiénes integrarán los dos bandos.
Generalmente dos jugadores se enfrentan en un sorteo o pisada y luego cada uno de ellos elige alternadamente a cada uno de sus compañeros.

04/02/2014 - Cuéntame un cuento

Por Gibran Jalil Gibran

Una vez se reunieron todos los sentimientos y cualidades de los hombres.
EL ABURRIMIENTO bostezaba, como siempre, cuando la LOCURA les propuso:
- ¡Vamos a jugar al escondite!
LA INTRIGA levantó la ceja, intrigada, mientras la CURIOSIDAD, sin poder contenerse, preguntaba: ¿Al escondite? ¿Y cómo es eso?
- Es un juego -explicó la LOCURA- Yo me tapo la cara y comienzo a contar, desde uno hasta un millón. Ustedes se esconden, y cuando yo haya terminado de contar, el primero de ustedes que encuentre ocupará mi lugar para continuar el juego.
EL ENTUSIASMO bailó, secundado por la EUFORIA.

viernes, 24 de enero de 2014

24/01/2014 - 10.6 segundos

Por Hernán Casciari.

Menos de once segundos antes, cuando el jugador argentino recibe el pase de un compañero, el reloj en México marca las trece horas, doce minutos y veinte segundos. En la escena central hay también dos británicos y un hombre algo mayor, de origen tunecino. El deporte al que juegan, el fútbol, no es muy popular en Túnez. Por eso el africano parece el único que no está en actitud de alarma atlética.